El dibujo en los tiempos del coronavirus.

Primera entrega sobre los dibujos realizados en los últimos meses.
He estado liado pensando en qué quería dibujar. No más de lo mismo.
Es curioso, Jack Peñate tardó 10 años en buscar para llegar a la casilla de salida. Decidió que quería cambiar y durante ese periodo ni supimos de él, pero después concluyó que no quería renunciar a lo que lo conformaba, a su esencia y volvió para hacer casi lo mismo.
La vida es un eterno "work in progress", así que mañana puedo contar lo contrario, pero por lo pronto he comprado unas libretas finas, de manera que no me moleste el lomo para poder apoyarme. He decidido simplificar, tratar de evitar las sombras con negros y hacer las propias del objeto al tiempo que aplico algunas normas más.
Sobre todo he pensado en la composición de la página doble enfrentada...o no...no lo he hecho, pero me ha salido y trato de tenerlo en cuenta. He tratado de dibujar en casa, y jugar-por fin-con el dibujo. Unas veces sin referencia real, otras no...
Además hemos viajado a Azores (sí, justo a tiempo, nuestro último viaje y el de mucha gente en mucho tiempo, me temo).
De ahí salen las imágenes que he escaneado.
La primera es de un pueblo en la isla de San Miguel. Arquitectónicamente es una isla realmente bella, rústica, sin alharacas, menos un pueblo de pescadores al que fuimos porque el último día una niebla opaca nos impidió ver un lago precioso. Después de mucho insistir conseguí que mi mujer sobrepasara la resistencia que le producían los cutre bares de la población-plagados exclusivamente  de rudos marineros-y nos sentaramos en una terraza conformada por tres mesas en medio de la calle.
Allí pasaba las horas este señor (recordé esa frase ¿canaria? de "Qué haces?"" Echando las horas patrás.") mirando al horizonte y sin mediar palabra con su compañero de mesa.

Al volver desde esa isla a Canarias, un vuelo fue cancelado. El nuestro se retrasaba 80´, y aproveché la tipografía del quincuagésimo aniversario de la aerolínea para los números del retraso. Frente a esa página, un señor sentado en la cafetería del aeropuerto, se dirigía, en inglés a un canarión. Era un inglés cristalino, lo que tendría que haberme puesto en guardia. Luego diría que había nacido en una de las islas más pequeñas de las Azores y emigrado a Boston.