De circo.

El chino ya me conoce. Sonríe al verme, cosa que detesto. Ya sé que en cuanto me siente a tomar café, sentiré una mirada clavada en mi hoja de papel. Y unas interrupciones continuas, que no harán sino devolverme a la realidad en la que cuentan otras cosas que no se llaman ni forma, ni trazo, ni negro.
Sin embargo me siento. El café es delicioso allí. Al menos está tan pendiente de mi boceto que podré repetir comanda sin buscarlo con la mirada.
Termino mi primer dibujo. Un comensal se levanta y me felicita por mi obra. "Eres todo un artista"-me dice declarándose ipso-facto fan- "Lo has hecho en un momento". "¿No sería un artista de haber tardado dos?"- me pregunto. Cansado de la misma apreciación y de los asaltos a mi privacidad le digo "Sé que lo soy", por supuesto sin creérmelo. Digo yo que eso lo hará huir. Acierto. El chino sigue mirando por encima de mi hombro, y por un momento me acuerdo de Winsor McCay y su primer trabajo.