Negros a la carta.

Justo antes de irme de viaje me da pena abandonar el lugar donde vivo. Te da una nostalgia prematura. Vale la pena, lo disfrutas mucho más.

Pasado mañana al mediodía estaré en Amsterdam paseando, pasando frío y sin parar de dibujar. Prepárense a ver dibujados quintales de pasajeros en colas y en tránsito, durmiendo de cualquier manera en los aeropuertos, azafatas y canales.

Hasta la vuelta.

La playa y la ciudad, la ciudad de la playa.

Hoy tenía tiempo y me he ido al otro lado de la ciudad. Vivir en Las Palmas es como tener varias ciudades en una, al menos dos. Cuando no quieres la urbe al uso, caminas largo rato y te encuentras con la playa. Todo el mundo la usa, todos la adoran. Unos más y otros menos, pero a nadie deja indiferente. Allí sólo se oyen las olas del mar. Unos la usan para hacer surf, otros corren por la avenida, muchos comen con la magnífica vista a su lado. Incluso la propia playa tiene sus zonas diferenciadas: a medida que se aleja de La puntilla se hace más y más local y menos guiri. A lo largo de ella hay garitos de música en vivo, restaurantes chinos, italianos, libaneses, heladerías italianas, hoteles, columpios, manteles de cuadros. Y al llegar a una plaza están ellos: los jubilados.

Suena el mar.

Espero que esta sea la última copia. He estado dibujando, de la manera en que dice un amigo: construyendo figuras y espacios con idea de narrar. Se llama cómic. En breve publicaré una tira de cómic o bien una página en este blog, hay que empezar poco a poco, desentumeciendo los músculos, probando soluciones, encontrando un estilo. Tarea titánica, más de lo que nadie que no la haya realizado puede pensar.
Entretanto, un día estupendo y relajante en el hotel Médano, al sur de Tenerife,- que amenazan desde hace tiempo con tirar, ya que está directamente sobre las aguas, mitad edificio terrestre, mitad palafito- ha dado lugar a este dibujo.